Cumpliendo el deseo de su hijo un artista autodidacta, que creó una técnica única, y que falleció muy joven, a los 39 años de edad, Graciela Villar donó la obra de Gonzalo Sosa a “La Martina”.
Un gesto profundo que devuelve arte, memoria y sensibilidad al barrio donde él nació y creció. Las obras ya pueden visitarse y serán curadas por Michel Mauad.
La historia que hoy nos conmueve habla de arte, de compromiso y de amor. Gonzalo Sosa, vecino nacido y criado en el barrio Gori, -más precisamente en la calle Abrevadero- fue un joven apasionado por la pintura, la filosofía y la búsqueda incansable del conocimiento del arte. Estudió en el Jardín de Infantes y en la Escuela de Santiago Vázquez, luego en el Liceo 24 de Paso de la Arena y el Bauzá. Desde muy pequeño mostró una inclinación natural hacia las ciencias exactas y el dibujo lineal y se apasiona con la materia Historia del Arte.
Amante del dibujo técnico y del arte renacentista, Gonzalo retomó su formación, haciendo la tecnicatura de ayudante de arquitecto donde aprendió mucho de dibujo técnico. Más tarde ingresa al IPA, donde profundizó en materias como Historia del Arte, psicología y sociología. Se inspiró especialmente en Miguel Ángel, Borges y grandes pensadores como Nietzsche y Kafka.
Su madre, Graciela Villar, recuerda que compraba libros sin descanso: “tenía tres bibliotecas enormes, la lectura era su motor permanente”, cuenta.

Una técnica propia nacida de la observación

Autodidacta y curioso, Gonzalo desarrolló una técnica artística innovadora, a partir de una anécdota simple pero reveladora: “tras observar a un técnico de aire acondicionado y ver mientras realizaba su trabajo como una gota de silicona caliente caer al piso, descubrió una forma de crear volúmenes y texturas. Desde allí combinó silicona y esmalte sobre lienzo, sumando acuarela y óleo, logrando una identidad visual única, que convierten a sus obras en inéditas.
Entre su producción se destacan dos obras de gran formato —dos autorretratos de 2,60 x 2 m y 2 x 1,80, realizados siguiendo la proporción áurea— que él mismo definió como esenciales dentro de su legado. Son piezas de enorme impacto emocional y técnico, que hoy esperan ubicación definitiva dentro del espacio cultural.

La voluntad de Gonzalo y la decisión de su madre

Gonzalo falleció joven, a los 39 años. Antes de partir, le pidió a su madre dos cosas: que donara su vasta biblioteca y que encontrara un lugar donde sus cuadros pudieran ser vistos por todos. “Mi compromiso era cumplir con mi hijo. Y lo cumplí. Sé que él desde donde está, está mirándome, diciéndome: bien, mamá, bien”, expresa Graciela sin poder contener su emoción.
Después de hacer un proceso de once años y guiada por el deseo de su hijo de que las obras no terminaran olvidadas, o en colecciones privadas; Graciela decide buscarle destino. Fue el escultor Gustavo Bermúdez —a quien conoció en su Colonia natal quien le sugirió que el destino ideal estaba más cerca de lo que imaginaba: “La Martina”, a pocos metros de su casa. Graciela llegó un domingo a La Martina y fue recibida por Michel Mauad, su responsable, quien no solamente la escuchó con gran empatía, sino que en pocas horas la visitó en su casa, conoció la obra y se comprometió a cumplir el pedido de Graciela, resguardar y dar a conocer en su establecimiento el gran legado de Gonzalo.
“Vi la humildad, la sensibilidad y el compromiso. Somos dos personas de perfil bajo, y eso me dio confianza. Sentí que ese era el lugar ideal para los cuadros de mi hijo. Con que algunas personas se detengan a admirarlos yo me doy por satisfecha”. afirma.
Hoy, varias de las obras de Gonzalo ya están expuestas en el espacio que ocupan La Matina y Restaurante El Tero —entre ellas las realizadas con su técnica tan original—,mientras que los cuadros más grandes, se proyecta que puedan ser entregados al artista y escultor Pablo Achugarry, para que sean expuestas en condiciones óptimas para su mejor apreciación pública, dado su tamaño.

Una donación para la comunidad

“Miles de personas van a pasar por ahí. No todos se detendrán a mirar un cuadro, pero si uno solo se detiene y se pregunta quién fue ese artista, entonces mi hijo estará vivo en esa mirada”, concluye muy emocionada, Graciela Villar.
Como gesto final, además de la donación de los 10 cuadros, ella designó a Michel Mauad, como curador de la obra de Gonzalo Sosa, confiándole su protección, su difusión futura, pero especialmente entregándole la preciada obra, de su amado hijo.

Graciela Villar: “Con que alguien se detenga a mirar un cuadro de Gonzalo, ya alcanza”