En nuestra pasada edición dábamos cuenta de los resultados Muestra Literaria realizada por la Biblioteca Comunitaria “Paco” Espínola y publicamos los ganadores de poesía y narrativa. En esta edición publicamos la 1º mención en la categoría Narrativa correspondiente al autor: Eduardo Vener

LOS PENSAMIENTOS DE MI ABUELO

Mi abuelo el vasco había nacido, dicen, en el Departamento de Tacuarembó. Lo criaron en una estancia, y ya desde niño fue destinado a trabajos del campo. La familia que lo adoptó, parece, lo quiso mucho y siempre lo trató casi como a un hijo; pero para contar todo, nunca lo mandaron a la escuela y por lo tanto nunca aprendió a leer y escribir.
“Me imagino a mi abuelo niño… “Con el tiempo, la familia, cuentan, fue de a poco emigrando hacia el sur, hacia la Capital; mi abuelo los siguió y así, a sus treinta años, lo encontraron en la zona de Las Piedras.
“Me imagino a mi abuelo a mi edad, sin leer ni escribir…”
Allí conoció a una chiquilina de unos quince años, la que con el tiempo se convertiría en mi abuela, a quién cómodamente duplicaba en edad y con ella se casó.
Estando en esa ciudad se empleó en la escuela experimental Decroliana allí existen te, desempeñándose en tareas de mantenimiento: se encargaba de cuidar el huerto, reparar bancos, fue jardinero…; reunía facultades tan extremas como las de cultivar flores, o voltear un toro tomándolo por los cuernos.
De esto último da testimonio mi abuela porque, ya en Montevideo, dice, en el barrio había un vecino alcohólico que cuando se emborrachaba se ponía a gritar y quería matar a todo el mundo, entonces el abuelo le cruzaba los brazos por delante y se le sentaba encima, y no había forma… así se quedaba hasta que al vecino se le pasaba y se ponía a llorar; entonces lo soltaba.
… Fue jardinero, embalsamador, taxidermista, y también sabía preparar el gato. Además, era el único que daba de comer y se entendía, cuando se escapaba, con un águila que él había bautizado “Gancha”, y que vivía en una jaula circular enorme, cuyo techo lo formaban las ramas de unos árboles altísimos.
-Y aprendió a leer?
– Después fue a la escuela nocturna
- Y aprendió?
- No - Por qué?
- Mamá… bueno…, la política
- Cómo?
- Bueno… iba para la escuela, pero se encontraba con algunos amigos, se ponía a hablar…de otras cosas… y bueno… al final no aprendió
Ya en Montevideo, zona rural, se dedicaba a plantar, criar algún bicho o gallina, y fundamentalmente a cultivar un jardín que tenía delante de la casa.
Por allí cerca un Presidente de la República tenía una chacra, adonde iba los fines de semana o feriados, y siempre pasaba en su coche por la calle del jardín.
Todo el mundo tenía que ver con aquel jardín, y la esposa del Presidente también; ella estaba fascinada. Entonces un día el Presidente detuvo su coche y se acercó a manifestarle a mi abuelo su admiración por el jardín. El abuelo entonces cortó unos pensamientos, sus preferidos, su orgullo; rojizos, fucsias, amarillentos, los juntó, armó un ramito, y se los obsequió para la esposa.
El Presidente sacó una tarjetita y se la dio a mi abuelo, que ni se molestó en mirarla (para qué?), y la guardó en el bolsillo de su leñadora.
Y así quedó; mi abuelo con la tarjetita del Presidente, y el Presidente con los pensamientos de mi abuelo.

Autor: Eduardo Vener